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.Vanez Blane se alzaba junto al Príncipe, apoyándole, lanzando fulgurantes cuchilladas.Pese a la alarma provocada por las arañas y los lobos, los vampanezes no tardaron en comprender dónde se encontraba la verdadera amenaza, y retrocedieron apresuradamente ante aquel frío par de asesinos.Arra Sails también tomó parte en el primer asalto.Se encontraba en su elemento, atacando a los vampanezes con una espada corta en una mano y una cadena con pinchos en la otra, riendo salvajemente mientras caían a sus pies.Minutos antes, habría aplaudido su exhibición, pero ahora sólo sentía consternación ante su alegría y la de los otros vampiros que tomaban parte en la destrucción.–Esto no está bien -murmuré para mis adentros.Matar vampanezes era una cosa (yo acababa de hacerlo), pero disfrutar con su desgracia estaba mal.Era algo profundamente inquietante ver a los vampiros hallar tan macabra satisfacción en la masacre.Confundido como estaba, decidí que lo mejor sería afrontarlo y ayudar.Cuanto antes acabáramos con los vampanezes, antes podría dejar atrás aquel horror.Cogiendo la afilada daga del hombre al que había matado, desconvoqué a mis arañas, arrojé lejos mi flauta y avancé, uniéndome al apretado tumulto de beligerantes vampiros y vampanezes.Me mantuve a cierta distancia de los combatientes, lanzando puñaladas a los pies y las piernas de los vampanezes, distrayéndolos para facilitar a los vampiros que se enfrentaban a ellos la labor de desarmarlos y matarlos.Mi éxito no me producía ningún placer, sólo seguía, decidido a contribuir a que todo aquello tuviera una rápida conclusión.Vi a Mr.Crepsley y a Seba Nile entrando en la cueva, con sus túnicas rojas ondeando tras ellos, ansiosos por tomar parte en la masacre.No les reproché sus ansias de matar.No se lo reproché a ningún vampiro.Sólo pensaba que era algo impropio y fuera de lugar.El enfrentamiento se intensificó poco después de que Mr.Crepsley y Seba se unieran a la refriega.Sólo los vampanezes más duros y templados habían sobrevivido a la primera etapa de aquella locura, y ahora se batían denodadamente dispuestos a resistir hasta el final, unos en solitario, otros en pareja, decididos a llevarse a la tumba con ellos a cuantos vampiros pudieran.Vi las primeras víctimas entre los vampiros desplomarse en el suelo, con los vientres abiertos y las cabezas rotas, sangrando, sollozando, gritando de dolor.En el suelo, moribundos, cubiertos de sangre, no parecían distintos de los vampanezes.Mientras los vampiros que encabezaban la segunda acometida se colaban en la cueva, Vanez dio una palmada a Arrow en la espalda y le dijo que se retirara.–¿Retirarme? -bufó el Príncipe-.¡Ahora es cuando la cosa se pone interesante!–¡Tienes que retirarte! – rugió Vanez, arrastrando a Arrow lejos del campo de batalla-.¡Ahora le toca a Mika ensangrentar su espada! ¡Vuelve a la Cámara de los Príncipes y releva a Paris, como prometiste! ¡Ya has tenido tu parte en la matanza! ¡No seas egoísta!Arrow se alejó a regañadientes.Por el camino se cruzó con Mika, y ambos se palmearon las espaldas, como si uno sustituyera al otro en un partido de fútbol.–No es agradable, ¿verdad? – gruñó Vanez, acercándose a mí.Sudaba abundantemente e hizo una pausa para secarse las manos en la túnica, mientras la batalla proseguía furiosamente a nuestro alrededor.–Es horrible -musité, sujetando el cuchillo ante mí como una cruz.–No deberías estar aquí -dijo Vanez-.Larten no lo aprobaría si lo supiera.–No he venido a divertirme -respondí.Vanez me miró a los ojos, profundamente, y suspiró.–Ya veo.Aprendes rápido, Darren.–¿Qué quiere decir?Hizo un gesto hacia los beligerantes y alborozados vampiros.–Piensan que esto es un deporte estupendo.– Rió lúgubremente-.Olvidan que los vampanezes fueron una vez nuestros hermanos, y que al destruirlos, destruimos una parte de nosotros mismos.La mayoría de los vampiros nunca ha entendido realmente lo estúpida y brutal que es la guerra.Tú eres lo suficientemente listo para ver la verdad.Nunca la olvides.Un vampanez moribundo vino hacia nosotros a trompicones.Le habían sacado los ojos y gemía lastimeramente.Vanez lo atrapó, lo arrojó al suelo y acabó con él rápida y misericordiosamente.Cuando se incorporó, tenía una expresión sombría.–Pero, por deplorable que sea la guerra -dijo-, a veces no se puede evitar.No fuimos nosotros quienes buscamos esta confrontación.Recuérdalo luego y no nos guardes rencor.Nos vimos obligados a ello.–Ya lo sé -suspiré-.Sólo quisiera que hubiera algún otro modo de castigar a los vampanezes, aparte de hacerlos pedazos.–Deberías irte -sugirió Vanez-.Ahora es cuando comenzará realmente la parte más sucia.Vuelve a las Cámaras y haz un brindis por este disparate.–Puede que lo haga -convine, y me aparté, dejando a Vanez y a los demás acorralando al último grupo de obstinados vampanezes.Mientras me iba, descubrí una cara familiar entre la multitud: un vampanez con una marca de nacimiento de color rojo oscuro en la mejilla izquierda.Tardé unos instantes en recordar su nombre: Glalda, el que había hablado con Kurda en el túnel cuando Gavner fue asesinado.Había querido matarme, como a Gavner.El odio se encendió en mi pecho, y tuve que resistir el impulso de reincorporarme a la pelea.Me habría escabullido rodeando a los combatientes, pero una multitud de vampiros me cerró el paso.Habían cercado a un vampanez herido y se mofaban de él antes de darle muerte.Asqueado por sus payasadas, busqué otra salida.Mientras tanto, Arra Sails salió al encuentro del vampanez llamado Glalda.Dos vampiros cayeron muertos a sus pies, pero Arra siguió adelante, implacable.–¡Disponte a morir, gusano! – gritó, haciendo chasquear la cadena como un látigo.Glalda hizo caso omiso del arma y se echó a reír.–Así que ahora los vampiros envían mujeres a librar sus batallas… -dijo con sorna.–Con las mujeres basta para enfrentarse a los vampanezes -replicó Arra-.No sois dignos de enfrentaros a los hombres y morir con honor.¡Imagina qué vergüenza cuando corra el rumor de que has muerto a manos de una mujer!–Sí que sería una vergüenza -admitió Glalda, y arremetió contra ella con su espada-.¡Pero no ocurrirá!Ambos dejaron de intercambiar palabras para empezar a intercambiar golpes.Me sorprendió que se hubieran entretenido tanto bromeando: la mayoría de los combatientes estaban demasiado ocupados tratando de conservar la vida para quedarse ahí parados intercambiando insultos verbales como estrellas de cine.Arra y el vampanez caminaron en círculo, estudiándose el uno al otro con recelo, amagando ataques en busca de puntos débiles.Puede que a Glalda le hubiera sorprendido tener que vérselas con una mujer, pero la trataba con cauteloso respeto.Arra, por su parte, se mostraba más temeraria.Tras acribillar a varios vampanezes aterrados al comienzo de la confrontación, había llegado a creer que todos caerían con la misma facilidad que sus primeras víctimas.Con gran descuido, dejaba huecos en su defensa y se arriesgaba peligrosa e innecesariamente.Quise escapar a los confines de la cueva, dejar la lucha atrás, pero no podía marcharme hasta haber visto cómo concluía el combate de Arra.Había sido una buena amiga, había ido a buscarme cuando desaparecí.No quería escabullirme de allí hasta estar seguro de que no corría peligro.Mr.Crepsley también se detuvo a observar el combate de Arra [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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