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.Era un muchacho muy bueno, lleno de vivacidad, y sus fingidos amigos se aprovechaban de él.Ella sabía, y nadie mejor que ella, cuánto odiaba Víctor tener que pedirle dinero.Pero cuando el querido muchacho se encontraba en una situación tan horrible, ¿qué otra cosa podía hacer?.No si hubiese tenido a alguna otra persona a quien dirigirse aparte de ella.No obstante, confesaba que la invitación de George a que fuera a vivir a la casa y cuidar de Iris había sido para ella un verdadero don del cielo, en un momento en que se hallaba en una situación desesperada.Había sido muy feliz y se había encontrado muy a gusto durante el pasado año, y era muy humano no ver con agrado la posibilidad de que la desplazara una joven advenediza, toda eficacia moderna y capacidad, que, en el mejor de los casos —en su opinión—, sólo se casaría con George por su dinero.¡Claro!.¡Eso era lo que andaba buscando!.Un buen hogar y un marido rico e indulgente.A tía Lucilla, a su edad, no había quien la convenciera de que a ninguna joven le gustaba ganarse el pan con el sudor de su frente.Las muchachas eran ahora como habían sido siempre: si conseguían cazar a un hombre que pudiera mantenerlas con comodidades, miel sobre hojuelas.Ruth Lessing era lista.Había sabido maniobrar hasta colocarse en una posición de confianza.Había aconsejado a George en la cuestión de amueblar la casa; se había hecho indispensable, ¡pero a Dios gracias, había una persona, por lo menos, que se daba cuenta de sus planes!.Lucilla Drake asintió varias veces, temblándole la papada con el movimiento.Enarcó las cejas con soberbia sapiencia humana y abandonó el tema, abordando otro igualmente interesante y quizá mucho más urgente.—En lo que no acabo de decidirme, querida, es en la cuestión de las mantas.No puedo conseguir saber concretamente si no volveremos aquí hasta la primavera, o si George tiene la intención de venir aquí los fines de semana.No quiere decírmelo.—Supongo que en realidad tampoco lo sabe él.Iris intentó fijar su atención en un detalle que a ella le parecía totalmente desprovisto de importancia: «Si hiciera buen tiempo, podría ser divertido venir aquí de vez en cuando.Aunque tampoco me entusiasme mucho.En cualquier caso, la casa estará aquí si nos entran ganas de venir.»—Sí, querida, pero a una le gustaría saber.Porque si no hemos de volver hasta el año que viene, deberíamos guardarlas mantas con naftalina, ¿comprendes?.Pero si fuéramos a venir, eso no sería necesario, puesto que las volveríamos usar.¡Y es tan desagradable el olor a naftalina!.—Pues no la uses.—Sí, pero ha hecho tanto calor este verano, que hay mucha polilla por ahí.Todo el mundo dice que es un año de polillas.Y de avispas, claro está.Hawkins me dijo ayer que había encontrado treinta nidos de avispas este verano, ¡Treinta, imagínate.!.Iris pensó en Hawkins, en sus salidas al anochecer, cianuro en mano.Cianuro.Rosemary.¿Por qué todo conducía a recordar el momento aquél?.El hilillo de sonido que era la voz de tía Lucilla no se había apagado.Ahora atacaba otro tema.—.y si hay que mandar la vajilla de plata al banco o no.Lady Alexandra dijo que hay muchos robos.Aunque, claro, tenemos persianas muy fuertes.No me gusta la forma en que se peina.¡le da a su cara una expresión tan dura.!.Pero, después de todo, se me antoja que es una mujer muy adusta.Y nerviosa, por añadidura.Todo el mundo es nervioso hoy en día.Cuando yo era niña, la gente no sabía ni lo que eran nervios.Lo que me recuerda que no me gusta el aspecto de George últimamente.¿Habrá pillado una gripe?.Me he preguntado más de una vez si no tendrá fiebre.Pero quizá se trate de preocupaciones de negocios.A mí me parece como si algo le estuviese preocupando.Iris se estremeció y Lucilla Drake exclamó con aire de triunfo:—¡Vaya!.¡Ya decía yo que estabas resfriada!.Capítulo II¡Ojalá no hubiesen venido nunca aquí!Sandra Farraday pronunció estas palabras con una amargura, tan inesperada, que su esposo se volvió a mirarla con sorpresa.Era como si hubiese dado voz a sus propios pensamientos, los pensamientos que tantos esfuerzos había estado haciendo por ocultar.¿Así que Sandra sentía lo mismo que él?.También ella había experimentado la sensación de que aquellos vecinos del otro lado del parque habían estropeado Fairhaven, habían turbado su paz.—No sabía yo que a ti también te producían ese efecto —dijo impulsivamente, dando voz a su sorpresa.Inmediatamente, o así le pareció a él, Sandra se refugió en su caparazón como un caracol.—¡Son tan importantes los vecinos en el campo!.No hay más remedio que mostrarse grosero o amistoso.Aquí no se pueden tener simples conocidos como se hace en Londres.—No —asintió Stephen—, no puede hacerse eso.—Y ahora nos hemos comprometido a asistir a esa extraordinaria reunión.Ambos guardaron silencio, repasando mentalmente la escena de la comida.George Barton se había mostrado amistoso y hasta exuberante, pero los dos se habían dado cuenta de que en el fondo estaba muy excitado.George Barton estaba, en verdad, muy raro últimamente.Stephen no se había fijado mucho en él antes de la muerte de Rosemary
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