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.Ciego de la luz del entendimiento, a escuras robóla mejor prenda de Leocadia; y, como los pecados de lasensualidad por la mayor parte no tiran m�s all� la barra del t�rminodel cumplimiento dellos, quisiera luego Rodolfo que de all� sedesapareciera Leocadia, y le vino a la imaginación de ponella en lacalle, as� desmayada como estaba.Y, y�ndolo a poner en obra,sintió que volv�a en s�, diciendo:-�Adónde estoy, desdichada? �Qu� escuridad es �sta, qu� tinieblasme rodean? �Estoy en el limbo de mi inocencia o en el infierno demis culpas? �Jes�s!, �qui�n me toca? �Yo en cama, yo lastimada?�Esc�-chasme, madre y se�ora m�a? ��yesme, querido padre? �Aysin ventura de m�!, que bien advierto que mis padres no meescuchan y que mis enemigos me tocan; venturosa ser�a yo si estaescuridad durase para siempre, sin que mis ojos volviesen a ver laluz del mundo, y que este lugar donde ahora estoy, cualquiera que�l se fuese, sirviese de sepultura a mi honra, pues es mejor ladeshonra que se ignora que la honra que est� puesta en opinión delas gentes.Ya me acuerdo (�que nunca yo me acordara!) que hapoco que ven�a en la compa��a de mis padres; ya me acuerdo queme saltearon, ya me imagino y veo que no es bien que me vean lasgentes.�Oh t�, cualquiera que seas, que aqu� est�s comigo (y enesto ten�a asido de las manos a Rodolfo), si es que tu alma admiteg�nero de ruego alguno, te ruego que, ya que has triunfado de mifama, triunfes tambi�n de mi vida! �Qu�tamela al momento, que noes bien que la tenga la que no tiene honra! �Mira que el rigor de lacrueldad que has usado conmigo en ofenderme se templar� con lapiedad que usar�s en matarme; y as�, en un mismo punto, vendr�sa ser cruel y piadoso!Confuso dejaron las razones de Leocadia a Rodolfo; y, como mozopoco experimentado, ni sab�a qu� decir ni qu� hacer, cuyo silencioadmiraba m�s a Leocadia, la cual con las manos procurabadesenga�arse si era fantasma o sombra la que con ella estaba.Pero, como tocaba cuerpo y se le acordaba de la fuerza que se lehab�a hecho, viniendo con sus padres, ca�a en la verdad del cuentode su desgracia.Y con este pensamiento tornó a a�udar lasrazones que los muchos sollozos y suspiros hab�an interrumpido,diciendo:-Atrevido mancebo, que de poca edad hacen tus hechos que tejuzgue, yo te perdono la ofensa que me has hecho con sólo que meprometas y jures que, como la has cubierto con esta escuridad, la 4cubrir�s con perpetuo silencio sin decirla a nadie.Poca recompensate pido de tan grande agravio, pero para m� ser� la mayor que yosabr� pedirte ni t� querr�s darme.Advierte en que yo nunca hevisto tu rostro, ni quiero v�rtele; porque, ya que se me acuerde demi ofensa, no quiero acordarme de mi ofensor ni guardar en lamemoria la imagen del autor de mi da�o.Entre m� y el cielo pasar�nmis quejas, sin querer que las oiga el mundo, el cual no juzga porlos sucesos las cosas, sino conforme a �l se le asienta en laestimación.No s� cómo te digo estas verdades, que se suelenfundar en la experiencia de muchos casos y en el discurso demuchos a�os, no llegando los m�os a diez y siete; por do me doy aentender que el dolor de una misma manera ata y desata la lenguadel afligido: unas veces exagerando su mal, para que se le crean,otras veces no dici�ndole, porque no se le remedien.De cualquieramanera, que yo calle o hable, creo que he de moverte a que mecreas o que me remedies, pues el no creerme ser� ignorancia, y el[no] remediarme, imposible de tener alg�n alivio.No quierodesesperarme, porque te costar� poco el d�rmele; y es �ste: mira,no aguardes ni conf�es que el discurso del tiempo temple la justasa�a que contra ti tengo, ni quieras amontonar los agravios:mientras menos me gozares, y habi�ndome ya gozado, menos seencender�n tus malos deseos.Haz cuenta que me ofendiste poraccidente, sin dar lugar a ning�n buen discurso; yo la har� de queno nac� en el mundo, o que si nac�, fue para ser desdichada.Ponmeluego en la calle, o a lo menos junto a la iglesia mayor, porquedesde all� bien sabr� volverme a mi casa; pero tambi�n has de jurarde no seguirme, ni saberla, ni preguntarme el nombre de mispadres, ni el m�o, ni de mis parientes, que, a ser tan ricos comonobles, no fueran en m� tan desdichados.Respóndeme a esto; y sitemes que te pueda conocer en la habla, h�gote saber que, fuerade mi padre y de mi confesor, no he hablado con hombre alguno enmi vida, y a pocos he o�do hablar con tanta comunicación quepueda distinguirles por el sonido de la habla.La respuesta que dio Rodolfo a las discretas razones de lalastimada Leocadia no fue otra que abrazarla, dando muestras quequer�a volver a confirmar en �l su gusto y en ella su deshonra [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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