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.Primero oyó el ruido de fondo de los motores de la avioneta y, enseguida, una melodía empalagosa, “Gli innamorati”.—Aquí estoy.Dime.—Es un puto “casino” -se oyó decir a Carlo.—Dime.—Mi hermano Matteo ha muerto.Ahora mismo tengo la mano encima de su cadáver.Pazzi también está muerto.El doctor Fell los ha matado y ha huido.Mason no respondió enseguida.—Me debe doscientos mil dólares por Matteo -dijo Carlo-.Para su familia.Los contratos con los sardos siempre incluían cláusulas para el caso de muerte.—Lo comprendo.—Pazzi se va a llenar de mierda.—Mejor que se sepa que estaba sucio -dijo Mason-.Así les costará menos asimilarlo.¿Estaba sucio? —Aparte de esto, no lo sé.¿Y si siguen el rastro desde Pazzi hasta usted? —De eso ya me ocuparé yo.—Pues yo tengo que ocuparme de mí -dijo Carlo-.Esto pasa de la raya.Un inspector jefe de la Questura muerto.Eso no es bueno para mi negocio.—Tú no has hecho nada, ¿o sí? —No hemos hecho nada, pero si la Questura mezcla mi nombre con esto,“porca Madonna”! Me vigilarán para el resto de mi vida.Nadie hará tratos conmigo, no podré ni tirarme un pedo en la calle.¿Y qué pasa con Oreste? ¿Sabía a quién tenía que filmar? —No lo creo.—La Questura habrá identificado al doctor Fell mañana o pasado mañana.Oreste atará cabos en cuanto vea las noticias, aunque sólo sea por coincidencia.—Oreste está bien pagado.No supone ninguna amenaza para nosotros.—Para usted, puede que no; pero tiene que presentarse ante el juez por una acusación de pornografía el mes que viene.Ahora tiene algo con lo que negociar.Si no se lo habían dicho, debería empezar a patearle el culo a más de uno.¿Tanto necesita a Oreste? —Hablaré con él -dijo Mason cuidadosamente, con la profunda entonación de un anunciante de la radio saliendo de su rostro martirizado-.Carlo, ¿sigues con la caza, no? Ahora tendrás más ganas que nunca de cogerlo, me imagino.Tienes que encontrarlo, por Matteo.—Sí, pero con su dinero.—Pues mantén la granja en marcha.Consigue certificados de vacunación contra la peste y el cólera.Consigue jaulas para transporte aéreo.¿Tienes un pasaporte en condiciones? —Sí.—Me refiero a uno bueno, Carlo, no a una de esas mierdas del Trastevere.—Tengo uno bueno.—Bien.Te llamaré yo.Al ir a cortar la conexión en la ruidosa avioneta, Carlo apretó sin darse cuenta el botón de llamada automática.El aparato de Matteo sonó en la mano del muerto, que seguía aferrándolo con la tenacidad del“rigor mortis”.Por un instante, Carlo esperó que su hermano se llevara el auricular a la oreja.Alelado, pero comprendiendo que su hermano no contestaría, pulsó el botón de corte de llamada.Su cara se contrajo y el enfermero tuvo que desviar la mirada.Capítulo 38.La Armadura del Diablo es un magnífico ejemplar de coraza italiana del siglo XV con yelmo provisto de cuernos que cuelga de un muro en el interior de la iglesia parroquial de Santa Reparata, al sur de Florencia, desde 1501.Además de los airosos cuernos, torneados como los de un antílope, presenta la particularidad de que los puntiagudos guanteletes ocupan el lugar de los escarpes, al final de las espinilleras, sugiriendo las pezuñas hendidas de Satán.Según la leyenda local, el joven que portaba la armadura tomó en vano el nombre de la Virgen cuando pasaba ante la iglesia, y no consiguió quitársela hasta que suplicó el perdón de Nuestra Señora.Luego, la ofrendó a la iglesia como exvoto.Es una pieza impresionante que hizo honor a sus forjadores cuando una bomba de artillería cayó sobre el templo en 1942.La armadura, cuya superficie exterior está cubierta por una capa de polvo que podría tomarse por fieltro, parece contemplar la nave mientras se celebra la misa.El incienso que se eleva del altar penetra a través de la visera.Sólo tres personas asisten al oficio.Dos ancianas, ambas de riguroso luto, y el doctor Hannibal Lecter.Los tres comulgan, aunque el doctor parece un tanto reacio a rozar el cáliz con los labios.El párroco les da la bendición y se retiran.Las mujeres se encaminan hacia la puerta.El doctor Lecter prosigue con sus devociones hasta que se queda sólo en el interior del templo.Desde la galería del órgano, el doctor se inclina sobre la barandilla y haciendo un esfuerzo pasa el brazo entre los cuernos y alza la polvorienta visera del yelmo.Dentro, un anzuelo enganchado a la lengüeta del guardapapo sujeta un sedal anudado a un envoltorio suspendido en el interior de la coraza a la altura que había ocupado el corazón.El doctor Lecter tira del hilo y saca el paquete con sumo cuidado
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